lunes, 21 de diciembre de 2009

Turmulus Valentín Moreno Gómez

Los adjetivos inoportunos pueden dar al traste con una novela. Es lo más difícil. Si un adjetivo calificativo no aporta nada, sobra. Si en una novela de 188 páginas sobras tres o cuatro adjetivos por página, etamos buenos. Y es que alguien debería decir a los escritores de novelas que la abundancia de adjetivos es la peor tarjeta de presentación de un escritor, porque quiere decir que no sabe medir.
Tampoco es de recibo que ahora todos nos pongamos a escribir novelas policiacas. Y la novela histórica tiene también unas limitaciones. Pues bien, aquí las tenemos juntas: una novela policaca-histórica. Un escritor puede seguir la moda, pero cuando tiene algo que aportar, o cuando tiene una historia, que, sin ser excelente, al menos es digerible, se lee con rapidez o la intriga te arrastra de tal manera que no puedes dejar de leerla, aunque sabes que no es la obra maestra que esperas. Todos tenemos reciente el caso de Millenium, una novela lineal, literariamente de poca monta, pero que se deja leer con agrado, funciona como lectura. Sin embargo, Turmulus no tiene una intriga espectacular, no se lee bien, es una flalsa novela policiaca. Y encima tiene sobredosis de adjetivos.
La novela tiene tres planos históricos (no bien traídos a cuento, por cierto), la antigua Roma, el siglo XIX y la actualidad, un año de estos. Un detective solo, casi sin medios, pero sumamente culto, capaz de estudiar y asimilar un misterio milenario, que sesudos profesores de universidad ignoran. No funciona. El plano de la antigüedad sobra por completo, prueben a leer la novela sin él. El plano del XIX tiene algo más de emoción, pero sin gracia. El actual es el más logrado, pero la trama es pobre, los personajes demasiado planos, los escenarios, con alguna pretensión poética en las descripciones, son una mezcla de una ciudad imaginaria, con estampas de Cáceres, los ejércitos de encinas extremeños...
¿Salvamos algo? A partir de la página 140-150 se agiliza la acción, se centra en el caso policial y gana la novela algo. Pero ya es tarde, el lector llega cansado y la trama carece de justificación. Unos asesinatos por una estatuilla, una familia centenaria al descubierto, no sé, me faltan datos y algo de pericia narrativa. Y la posición del narrador es torpe. No me gusta el tono que adopta, entre irónico (sin gracia) y gracioso, además de moralista (no le gusta el botellón, ¿y qué?).
Paul Giraud , comisario jefe de uno de los distritos francófonos de Bruselas, había tenido una amable relación profesional con Pedro años atrás. Unos diamantes aparecieron en Vanor, llegando a parar finalmente, cómo no, a la mesa del comisario Sáenz. El pago a unos mercenarios que habían luchado en Africa se había desviado, sin llegar a las manos de estos abnegados profesionales que tendrían mucho que decir acerca de cuál es el oficio más antiguo del mundo. Los subsodichos trabajadores manuales, nobles herederos de una tradición ancestral, habían visto cómo quedaban privados de sustento sus innumerables hijos y allegados al perderse parte de sus jugosos ingresos provenientes de turbios negocios.
Este es un ejemplo de un narrador que nos cuenta algo que nada tiene que ver con la trama, que emplea el sarcasmo para no sé qué, en un tono trasnochado y falto de gracia. No parece escrito por un joven sino por un señor retirado, culto y con todo el tiempo por delante para no hacer nada.
Si es la primera novela y ya está respaldado por la Editora Regional de Extremadura, me pregunto qué habrán leido quienes hayan seleccionado esta novela. A lo mejor no he sabido apreciarla. ¿Está en la línea de Gonzalo Hidalgo Bayal cuyas novelas me aburren soberanamente y que gustan tanto al personal?
Una novela fallida por el tono, por la trama y ¡por los adjetivos! Qué malas son las influencias de las novelas de Rovert Graves y Marguerite Yourcenar.
Por cierto, Cáceres sigue sin una gran novela que la encumbre a los altares literarios.

1 comentario:

Alejandro dijo...

Hola Fran. Totalmente de acuerdo contigo respecto del uso excesivo de adjetivos; incluso, pienso que este es un problema que afrontamos también quienes escribimos sobre libros. Un adjetivo innecesario es mejor evitarlo, para no quitarle fuerza a nuestro relato, ni llenarlo de embelecos.

Saludos desde Suramérica.