Invisible es la novela que ha publicado recientemente Paul Auster. Sin duda, una de sus mejores obras. Sería inútil resumir la trama y, desde luego, una insensatez, dada la complejidad de la misma y la profundidad del debate que plantea Auster en esta novela. Realidad y ficción se mezclan con verdad y mentira. También el azar cumple su papel, y la violencia y el amor. Adam Walker es un joven estudiante que cae en las redes de un sofisticado profesor francés de política internacional. Adam presencia un acto atroz y durante su vida no es capaz de olvidar el episodio.
Tiene los elementos propios de las novelas de Auster: joven perdido en el mundo, viajes a París, traducción de obras literarias (¿no suena a El libro de las ilusiones?), el cuento dentro del cuento... Algunas novedades, más de un narrador, lo que da una perspectiva de los hechos mucho más rica. Pero sigue liándonos con sus retorcidos argumentos.
No voy a caer en la tentación de explicar el título, porque tiene también su intríngulis, que no explica debidamente. ¿Es invisible el personaje? ¿El profesor Rudolf? ¿La verdad? Las respuestas a esas preguntas son poliédricas y, diría, resbaladizas.
El protagonista es Adam, pero el profesor francés, Rudolf Born, es fascinante, cambiante y megalómano: ¿es asesino, espía, profesor o un chiflado? Son personajes, todos, cultos, con pasados oscuros, de clase media-alta, urbanos, cercanos a los que presenta W. Allen en sus películas de N. York. El resto del mundo apenas existe.
Y la sensación de estar presente en las conversaciones, con esos cambios de narrador, verbos en presente, segundas personas en la narración, elipsis cinematográficas, todo ello hace que una vez más haya recaído a los cantos de sirenas neoyorquinas. Los diálogos son espléndidos, vivos y cortantes en ocasiones.
Pero lo más interesante es la reflexión sobre cómo contar algo, la oralidad frente a la escritura, la carta o el relato autobiográfico, el diario. Los personajes cuentan los hechos a medias, prefieren dejar lo más cruel y violento para la escritura, crean una expectativas en sus interlocutores apasionante, no olvidemos que, en último caso, somos nosotros quienes leemos todas las opiniones, cartas y diarios de los personajes, estamos implícitamente en el relato, porque el mosaico completo de las declaraciones lo tenemos nosotros. Y no podemos dar un veredicto final, porque no hay verdad o mentira, sino realidad y ficción, sin que podamos discernir cuál es la línea que las separa. Quizá, por ello, debemos concluir que la verdad es siempre es invisible.
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