Otra novela de la guerra civil que renueve el tema, lo actualiza y demuestra que el tema no está acabado. Al contrario, tanto la Guerra Civil como la 2ª Guerra Mundial siguen ofreciendo un panorama rico de vivencias y de consecuencias. Porque esta novela no habla en sí de la guerra sino de sus rescoldos.
Ya han parecido varios títulos que revisan la contienda española desde ópticas diferentes a las que nos tenían acostumbrados los escritores de la postguerra de ambos frentes, falta aún la revisión crítica de los nacionales, como está sucediendo entre los escritores, digamos, más cercanos a la izquierda. Creo que no deberíamos tener miedo a una revisión total tanto de la guerra como de las décadas posteriores, la memoria histórica es una necesidad, digan lo que digan los rancios sectores conservadores. Y esa revisión histórica, desde puntos de vista completamente opuestos a como se ha venido realizando se va a hacer. La novela política en España es una obligación, basta ya de novelas de personajes y de buena prosa, se impone una revisión de la historia española desde la novela, a no ser que queramos que la novela caiga en una ramplonería presente en muchos títulos de éxito comercial.
Los escritores mexicanos saben de eso mucho, porque no hay novela mexicana seria que no sea política, recordemos a Mariano Azuela, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Héctor Aguilar Camín, Elena Poniatowska y tantos otros que en sus novela directa o indirectamente tratan un suceso político de trascendencia para el país. Algo de eso debió aprender Jordi Soler porque sus novela tienen trasfondo político y su compromiso con la novela-documento no ha dejado de crecer.
En esta novela, que es tanto biografía como revisión, reconstruye la vida de Oriol, un pariente del que se tenía la noticia de que había muerto huyendo a Francia en el año 39 y del que el narrador tiene noticias muchas décadas después. La novela va desvelando poco a poco las diferentes capas de la persona del tío Oriol, descubriendo una persona que nada tenía que ver con la mítica imagen que su propio hermano había levantado durante toda una vida.
El tío Oriol fue víctima de la guerra hasta padecer una deshumanización brutal, que le apartó no sólo del mundo sino de su pasado, de su familia, de su profesión de pianista. En su animalización fue dando pasos discretos al principio, pero crueles y públicos más tarde. No dejó a nadie de su entorno sin humillar, sin lastimar, hizo tabla rasa de los que le había ayudado a sobrevivir, en vez de vengarse de sus adversarios políticos, prefirió embrutecerse haciendo daño a los que más cerca tenía. El narrador, tío sobrino de Oriol, intenta justificarle por la guerra y por tener un espíritu ramplón, mediocre, que fue adaptándose a las circunstancias, pero termina abominando de él, declarando que hubiera preferido no haber sabido nada de él.
La novela, breve, se va adentrando en los entresijos del personaje con una prosa excelente, con un pulso narrativo magistral. Tiene la tranquilidad de contarnos el proceso de reconstrucción del tío como él lo vivió, descendiendo desde el mito, del héroe hasta llegar al villano. Es un acto de sinceridad, porque podría no haberlo contado, pero prefiere la sinceridad a la ocultación. A eso me refería antes, a la necesidad de hacer público las miserias de ambos bandos. En este caso, el exiliado del bando republicano comienza siendo un héroe que intenta salvar a su compañero de huida, pero se convierte en un ser despiadado, cruel, sin sentimiento, dando al traste con esa imagen que había difundido de él su hermano en el exilio de México. ¿Cuántos republicanos fueron así? ¿Y cuántos nacionales?
Una novel imprescindible para completar el panorama del siglo XX, que estará cojo mientras haya mentes miserables que no quieran hacer la revisión que el pueblo español no sólo necesita, sino que tiene derecho a saber. Sin miedo, ni mediocridad intelectual de la que algunos sectores conservadores exhiben con una desfachatez intolerable.
Ya han parecido varios títulos que revisan la contienda española desde ópticas diferentes a las que nos tenían acostumbrados los escritores de la postguerra de ambos frentes, falta aún la revisión crítica de los nacionales, como está sucediendo entre los escritores, digamos, más cercanos a la izquierda. Creo que no deberíamos tener miedo a una revisión total tanto de la guerra como de las décadas posteriores, la memoria histórica es una necesidad, digan lo que digan los rancios sectores conservadores. Y esa revisión histórica, desde puntos de vista completamente opuestos a como se ha venido realizando se va a hacer. La novela política en España es una obligación, basta ya de novelas de personajes y de buena prosa, se impone una revisión de la historia española desde la novela, a no ser que queramos que la novela caiga en una ramplonería presente en muchos títulos de éxito comercial.
Los escritores mexicanos saben de eso mucho, porque no hay novela mexicana seria que no sea política, recordemos a Mariano Azuela, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Héctor Aguilar Camín, Elena Poniatowska y tantos otros que en sus novela directa o indirectamente tratan un suceso político de trascendencia para el país. Algo de eso debió aprender Jordi Soler porque sus novela tienen trasfondo político y su compromiso con la novela-documento no ha dejado de crecer.
En esta novela, que es tanto biografía como revisión, reconstruye la vida de Oriol, un pariente del que se tenía la noticia de que había muerto huyendo a Francia en el año 39 y del que el narrador tiene noticias muchas décadas después. La novela va desvelando poco a poco las diferentes capas de la persona del tío Oriol, descubriendo una persona que nada tenía que ver con la mítica imagen que su propio hermano había levantado durante toda una vida.
El tío Oriol fue víctima de la guerra hasta padecer una deshumanización brutal, que le apartó no sólo del mundo sino de su pasado, de su familia, de su profesión de pianista. En su animalización fue dando pasos discretos al principio, pero crueles y públicos más tarde. No dejó a nadie de su entorno sin humillar, sin lastimar, hizo tabla rasa de los que le había ayudado a sobrevivir, en vez de vengarse de sus adversarios políticos, prefirió embrutecerse haciendo daño a los que más cerca tenía. El narrador, tío sobrino de Oriol, intenta justificarle por la guerra y por tener un espíritu ramplón, mediocre, que fue adaptándose a las circunstancias, pero termina abominando de él, declarando que hubiera preferido no haber sabido nada de él.
La novela, breve, se va adentrando en los entresijos del personaje con una prosa excelente, con un pulso narrativo magistral. Tiene la tranquilidad de contarnos el proceso de reconstrucción del tío como él lo vivió, descendiendo desde el mito, del héroe hasta llegar al villano. Es un acto de sinceridad, porque podría no haberlo contado, pero prefiere la sinceridad a la ocultación. A eso me refería antes, a la necesidad de hacer público las miserias de ambos bandos. En este caso, el exiliado del bando republicano comienza siendo un héroe que intenta salvar a su compañero de huida, pero se convierte en un ser despiadado, cruel, sin sentimiento, dando al traste con esa imagen que había difundido de él su hermano en el exilio de México. ¿Cuántos republicanos fueron así? ¿Y cuántos nacionales?
Una novel imprescindible para completar el panorama del siglo XX, que estará cojo mientras haya mentes miserables que no quieran hacer la revisión que el pueblo español no sólo necesita, sino que tiene derecho a saber. Sin miedo, ni mediocridad intelectual de la que algunos sectores conservadores exhiben con una desfachatez intolerable.
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